bienvenidosa

DOOMER

Si te preguntan cuándo empezó esta locura, respondes que no te acuerdas. Como tampoco recuerdas cuándo perdiste la noción del tiempo.

Empezó con una explosión demasiado lejana como para darle importancia, gente gritando desesperada en las noticias de las 9, reporteros hablando de un caos irrelevante para el ciudadano medio. El café matutino y el prospecto de otro día con el que morir un poco más por dentro era todo lo que esperábais en el cuartel. Tu caso en particular era aún menos alentador: otra sesión con el psicólogo para hablar de los demonios; los que todos llevamos por dentro, y los que tú mataste por fuera.

Cuando hace tantos años, en esa inexacta y maldita fecha, os enviaron a la base lunar de Phobos, en Marte, a investigar por qué las comunicaciones desde la Tierra habían dejado de recibir respuesta, no supisteis si os estaban gastando una broma, si os habíais vuelto locos, o si realmente vuestros minutos estaban contados. Sangre salpicando todos los rincones habidos y por haber, cadáveres con expresiones retorcidas en la cara, miembros y órganos esparcidos por doquier y con claras señales de haber sido el desayuno de alguien. Y al poco de resonar vuestros pasos por la estación vacía, chillidos inhumanos de bienvenida para dejar claro que no estábais solos.

Todas las caras que viste ese día se grabaron a fuego en tu memoria: las de tus compañeros y amigos, ensangrentadas, mutiladas, llorando o agonizando, abrazando desesperadas el silencio eterno que estaba por llegar; y las de esas aberraciones sin nombre, con ojos inyectados en sangre, dientes afilados, rugidos estremecedores. Monstruos incomprensibles que redujeron los mejores soldados del ejército a una pulpa sanguinolenta en cuestión de segundos.

Sólo tú te salvaste, y por alguna especie de gracia divina los mataste a todos, cobrando tu venganza en entrañas demoníacas. Antes recordabas cuántas caras viste exactamente ese día, incluso el orden en que esos seres infernales fueron pasando por el cañón de tu escopeta, pero dejaste de hacerlo por orden del psicólogo. Parece que te está yendo bien, porque cada vez recuerdas menos detalles de ese evento.

Las razones por las que esos monstruos se colaron en la base de Phobos siempre han sido confidenciales, y lo máximo que has llegado a saber es que te concedieron una medalla de honor por asesinar tú solo a las decenas de demonios que la habían infestado, y ya de paso, salvar tu planeta y tu especie. Eso, y que te pagan todas las sesiones que te hagan falta con el psicólogo. Qué majos.

Nunca has creído que tu vida pueda volver a ser la de antes, como tampoco crees que tu mente esté recuperando ni que sea el aliento. De alguna forma que no sabes explicar, cuando la última aberración viva en Phobos dejó de estarlo, cuando los refuerzos que llegaron después confirmaron que no quedaba rastro de maldad alguna en la base, cuando todos te aseguraron fuera de toda duda que la pesadilla había terminado, un rincón discreto de tu cerebro te susurró, en voz baja pero firme, que todo eso era mentira. Van a volver, y el lugar va a ser aquí, en la Tierra. Siempre respondes con un escalofrío.

Así que maldices tu suerte cuando esta mañana, mientras tomáis el café milagroso que os va a tener en pie todo el día, y mientras la tele muestra la enésima tragedia que para la tarde todo el mundo habrá olvidado, los más altos cargos del ejército os llaman por radio. Esa tragedia de la tele no viene de manos humanas. Los culpables no son de nuestro mundo, pero tampoco son desconocidos. De repente oyes tu nombre. Y luego la palabra "liderar". Y luego frases que se difuminan tan pronto como entran en tus oídos. Detalles que no te importan, por mucho que tus compañeros piensen lo contrario.

"¿Ves? Te lo dije." Ese rincón de tu cerebro que se las daba de profeta, ese subconsciente que percibe más de la cuenta sin que nadie se entere. Pero esta vez no es un mero susurro, esta vez es un gruñido que denota rabia, hastío, y por qué no, emoción. Esta vez es la definitiva. Matarás, o morirás matando.

Sin decir una palabra, te levantas y te diriges al almacén a surtirte de todo el armamento que tu cuerpo sea capaz de aguantar. Sientes en tus entrañas que tu pesadilla va a terminar por fin, ya sea de un modo u otro. La expresión en tu cara basta para que nadie se atreva a decirte nada. Todos asienten en silencio y marchan en fila siguiendo tus pasos.

Esta vez, tu destino y tú estáis preparados.